Es extraño. En cuestión de horas dejas a tu país, a tu gente... de las más entrañable de las compañías te enfrentas al más incómodo de los silencios. Y es que hubo uno de esos días. Uno de esos días incómodos. Ese día pasó como un breve impás de tiempo en comparación con toda una vida. Fue un día de transición entre un avión que aterriza y un curso que se atisba apasionante. Pero un día de silencio. De hablar con uno mismo. De pensar cómo
narices vas a pedir una caña en la terraza de un bar. De sentarte en esa
terraza y espetarle al camarero un guión distinto al ensayado.
Pero luego le
das un lingotazo a la rubia. Y otro. Y ves lo que tienes enfrente. Y a los
lados. Y esbozas una sonrisa. Sabes que esa pilsen no será la última. Sabes que
habrá más... y sabes que las tomarás acompañado. Entonces y aunque solo, no te
sientes solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario