miércoles, 18 de septiembre de 2013

El ser humano

Fueron horas. Sólo 24 horas de miedo, nada más. Llevo aquí dos semanas y parece que esas 24 horas ya forman parte de un lejano pasado. ¿Y a qué se debe esto? Al ser humano. 

Se debe a esa persona que el primer día de clase estaba de pie, junto a la puerta, con expresión distraída. Se debe a esa otra persona que apoyaba sobre la pared el pie derecho. También se debe al grupo de personas que hablaban tímidamente en un idioma que en absoluto me resultaba familiar. En definitiva; se debe a que todas esas personas estábamos en la misma situación.

Nos enfrentábamos a algo nuevo. A algo que nunca habíamos vivido. Y ya no teníamos miedo. Teníamos ganas. Ganas de ser nosotros mismos. De tirar al suelo etiquetas, tópicos y prejuicios. Fue entonces cuando el ser humano se expresó en su propia esencia. Cuando nadie era mejor que nadie. 

Da igual que seas protugués, griego, alemán, lituano, italiano, inglés, turco, danés, sueco, francés, polaco, checho,... Si eres un estudiante de intercambio Erasmus es que tienes una mentalidad abierta. Que tienes ganas por conocer culturas distintas. Que sientes curiosidad por desvelar los entresijos el mundo. La tolerancia está en la cúspide de tu escala de valores.


  
Y es así, con esta forma de pensar, es como el ser humano consigue entenderse. Porque somos todos iguales. Venimos buscando lo mismo. Nuestras ilusiones van de la mano. No hay rivalidades... sólo hay respeto. 

El ser humano, en su esencia, es increíble. Ojalá pudiéramos de algún modo cortar con una tijera todas las etiquetas que gratuitamente nos colgamos. Ojalá pudiéramos de algún modo entender que a griegos y alemanes sólo les separan unas líneas imaginarias. 

Ojalá pudiera la humanidad de algún modo vivir esta enriquecedora experiencia.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Miedo

Es extraño. En cuestión de horas dejas a tu país, a tu gente... de las más entrañable de las compañías te enfrentas al más incómodo de los silencios. Y es que hubo uno de esos días. Uno de esos días incómodos. Ese día pasó como un breve impás de tiempo en comparación con toda una vida. Fue un día de transición entre un avión que aterriza y un curso que se atisba apasionante. Pero un día de silencio. De hablar con uno mismo. De pensar cómo narices vas a pedir una caña en la terraza de un bar. De sentarte en esa terraza y espetarle al camarero un guión distinto al ensayado. 


Pero luego le das un lingotazo a la rubia. Y otro. Y ves lo que tienes enfrente. Y a los lados. Y esbozas una sonrisa. Sabes que esa pilsen no será la última. Sabes que habrá más... y sabes que las tomarás acompañado. Entonces y aunque solo, no te sientes solo.

domingo, 15 de septiembre de 2013

"Hasta luegos"

Cuando las ruedas del avión tocaron suelo y el interior del habitáculo se tambaleó supe que la cuenta atrás había comenzado. Estaba asustado. Y lo gracioso es que aun no estaba en Bélgica. Ese avión aterrizó en Madrid procedente de Vancouver. ¿Qué hacía yo en Canadá justo siete días antes de que otro avión me llevara a Bruselas? Era de locos. Pero qué sería de nosotros sin esa pizca de locura...


Atrás quedaron los rascacielos, los lagos, las montañas... Por delante tenía una semana intensa: compras, equipaje, papeleo, prisas... y despedidas. Dicen que las despedidas son tristes, pero yo discrepo. Las despedidas, si son de las personas a las que aprecias, nunca son definitivas. Despedidas definitivas sólo hay una. Realmente podríamos llamar a esas despedidas "hasta luegos".
Por suerte o por desgracia, eran muchas las personas que querían decirme hasta luego. Por desgracia para mi agenda; pues con tantos compromisos a penas le quedaba hueco para tanta gente. Pero por suerte para mí; pues es así cuando te das cuenta de quién merece la pena y con quién puedes contar en determinados momentos de tu vida.





En cuanto las ruedas del segundo avión que tomé en menos de una semana tocaron suelo en Bruselas, tan sólo buenos recuerdos llegaban a mi mente. Y no solo recuerdos, pues las perspectivas del año que se avecinaba eran increíbles. Era feliz. Era consciente de que disfrutar en Gante, mi nueva "segunda ciudad", sólo iba a depender de mí. Y no iba a ser tan tonto de amargarme mi propia estancia. Pensar en asumir responsabilidades, en divertirme, en aprender, en vivir experiencias inolvidables y enriquecedoras... eso me hacía sentir feliz.

Desde aquí, ahora puedo decir que más que tristeza es melancolía lo que supone un "hasta luego". 










Vancouver (Canadá, julio y agosto del 2013)