jueves, 10 de octubre de 2013

Descubriendo Flandes: Brujas

Realmente ya han pasado varios días desde que visité por primera vez la ciudad de Brujas. Pero eso no quita para que le dedique ahora unas líneas, pues es una de esas ciudades que se quedan grabadas en la retina para siempre.

A sólo 20 minutos desde Gante gracias a la maravillosa infraestructura ferroviaria belga. Y el precio: 9€ el billete de ida y vuelta. ¿Por qué tan barato? Porque en Bélgica, los fines de semana, todos los billetes de tren cuentan con un 50% de descuento. Una inteligente estrategia para fomentar el turismo.

Una vez bajé del tren ya vi que esa ciudad tenía algo de especial. Por algo es el lugar más conocido de Bélgica, ¿no?. Calles estrechas  y bien cuidadas con los típicos edificios escalonados tan característicos del arte medieval flamenco. Canales, puentes y barcas, turistas,... todo esto acompañado de un sol radiante. Qué más podía pedir.

Desde el adoquinado del suelo hasta la pintura de las fachadas. Todo estaba perfectamente cuidado y limpio. Parecía una ciudad de cuento.

Sólo tuvimos que callejear para, poco a poco, toparnos con las majestuosas construcciones góticas de Brujas. Pulcras, altivas, acongojadoras... ofrecen un contraste exquisito con las diminutas viviendas medievales.

Y todo esto, claro está, esquivando canales. Parece mágico cómo el agua juguetea con las calles y cómo las viviendas se adaptan a ella. Resulta este un motivo más que de sobra para, literalmente, embarcar y descubrir las otras calles de Brujas: las calles acuáticas. Un simple paseo por los canales nos permite conocer lugares que de otro modo serían inaccesibles. Verdaderas calles a través del agua.

Pero entre tantas calles estrechas y tantos canales, en Brujas también hay espacio para amplias plazas. Plazas imposibles de inmortalizar en una sola fotografía. Bellos edificios medievales les dan forman e impresionantes construcciones góticas las culminan.

En definitiva, todo esto y la buena compañía, hicieron de mi visita a Brujas algo que difícilmente podré olvidar y que sin duda ansío en repetir. Si todo marcha según lo establecido, dentro de poco habrá que hacer otra visita a esa mágica ciudad.

Imágenes cedidas por: Olivia Burke
Silviya Chakarova




martes, 8 de octubre de 2013

El estudiante español

Atrás quedaron los días donde los pasillos de la residencia universitaria estaban casi vacíos. El curso ha comenzado; y aquellos que decidieron alargar sus vacaciones de verano ya ocupan las habitaciones que el departamento de alojamiento les ha proporcionado. Más nacionalidades, más variedad lingüística, más bicicletas en las calles... en resumen: un ambiente distinto al que acostumbramos a vivir.

Pero es curioso. A pesar del notable incremento en el número de estudiantes, el puente sobre el que se sostenían las primeras conversaciones entre personas de distinta nacionalidad se tambalea. El puente del inglés ya no es necesario. Ese puente que, como si fuera por arte de magia nos permite comunicarnos con cualquiera,  parece inútil. ¿A qué se debe esto? Al estudiante español.

El estudiante de cualquier país europeo, casi aislado por el bajo número de compatriotas en suelo belga, es el que busca entablar conversación con gente de otras nacionalidades. En cambio, el estudiante español animado por el gran número de compatriotas, es el que busca formar un grupo cerrado de ellos para poder entenderse más cómodamente.

El estudiante europeo es el que sabe trasnochar y sabe madrugar:


El estudiante español es el que sabe trasnochar y se siente orgulloso de no madrugar:


Ante un examen, el estudiante europeo es el que dice "I didn't pass". El estudiante español en cambio es "el que aprueba" pero "al que le suspenden". 

El estudiante europeo es el que mide sus logros en becas obtenidas. El estudiante español es el que ni se molesta en solicitarlas "porque son mucho jaleo y papeleo" (someone dixit).

El estudiante europeo es el que aparece por encima de la barra roja. El estudiante español es el de la barra roja.

Creo que sobra decir que lo arriba mencionado no se trata más que de una generalización. Bien es cierto que el comportamiento de más personas de las esperadas me ha llevado a escribir estas líneas a modo de queja. Probablemente todo se reduzca a un conjunto de actitudes propias de una cultura que, por lo visto, no entorpecen a la hora de conseguir los objetivos que supuestamente nos marcamos:
(Entrevista a Julio Carabaña, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid)

No obstante, la sensación de estar rodeado de personas que no hablan ni entienden tu idioma resulta de lo más gratificante.